Cinco años después del lanzamiento de The Last of Us: Parte 2, todavía hay gente que no entiende que no está pensado para ser disfrutado sino experimentado

Cinco años después del lanzamiento de The Last of Us: Parte 2, todavía hay gente que no entiende que no está pensado para ser disfrutado sino experimentado

Hay fans que aún no reconocen los aprendizajes que nos deja esta controvertida secuela

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Las Of Us Aaron Acrich
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Aaron Acrich

Colaborador
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Aaron Acrich

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Una mentira cambió para siempre la historia de los videojuegos. Habíamos pasado horas en The Last of Us: Parte I con Joel y Ellie en su viaje por un Estados Unidos postapocalíptico. Cuando finalmente llegaron a su destino, Joel eligió salvar su propio mundo. Esa decisión no sólo provocó un intenso debate moral entre sus fans (que sigue vivo hasta hoy) sino que también sentó las bases emocionales para su secuela. Su final fue controvertido, pero esta primera entrega gustó mucho en todo el mundo.

Aviso de Spoilers: Este artículo contiene spoilers para The Last of Us: Parte II.

La segunda parte de The Last of Us trajo un gran cambio: ves morir a Joel tras solo dos horas de juego para más tarde obligarte a jugar como su asesina, Abby. Esto supuso un golpe emocional que dividió a los fans de la saga como nunca antes y muchos sentimos que Naughty Dog nos había traicionado.

La polémica sigue viva. Estas discusiones han resurgido con la segunda temporada de la serie de HBO, al igual que algunas decisiones sobre su reparto. Es difícil no sentir amor-odio por esta franquicia. Y reconozco que The Last of Us: Parte II no es perfecto, pues cambiaría muchos de sus aspectos. No obstante, hay algo que la gente aún no entiende sobre este juego: no se creó para ser disfrutado, sino para ser experimentado.

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Un precio a pagar

En esta secuela hay momentos de belleza. De esos que llenan el corazón de alegría y nos dan esperanzas. Cuando Ellie canta "Take on Me" a Dina, vemos un amor reflejado en miradas sutiles y sonrisas. Dos personas que se apoyan incondicionalmente la una en la otra. Me sigue sorprendiendo que esta escena fuera opcional, ya que es una de las mejores del juego.

Volver a ver a Joel y a Ellie en el museo nos recuerda por qué nos enamoramos de ellos en primer lugar. Nos emociona tanto como a Ellie ponernos un casco y fingir que vamos al espacio, imaginando un lugar donde todos los problemas desaparecen. Es inevitable que estos destellos de luz no queden eclipsados por otros de profunda oscuridad, porque en el mundo de The Last of Us: Parte II las acciones tienen consecuencias. Halley Gross, coguionista del juego lo explica bien:

"Ellie es un personaje con el que te puedes identificar. Me pareció un vehículo perfecto para cuestionar la idea de que la violencia no conlleva un precio, porque en realidad sí lo tiene. Va a destrozarla".

Gross tiene toda la razón. Nuestro mundo quizá no esté en ruinas, pero el precio de la violencia es el mismo que en The Last of Us: Parte II. Aunque nos duela ver sufrir a nuestros personajes favoritos, cambiar su destino es imposible.

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Aunque Joel le hiciera el regalo perfecto a Ellie en el museo, su falsa promesa volvería para fragmentar su relación. Él estaba condenado a morir desde antes de su mentira. Incluso Troy Baker, el actor que da vida al personaje, reconoció que había traspasado límites morales y que, por lo tanto, merecía ese destino. No todos pensamos igual, pues para muchos su muerte fue insoportable.

Incluso el actor que da vida al personaje reconoció que había traspasado límites morales y que, por tanto, merecía morir

Un rostro que antes veíamos sonreír desciende a la locura cuando Ellie mata a Nora. Es como si una persona que ha estado cerca de nosotros durante años se hubiera vuelto irreconocible. El vacío del hogar cuando Ellie vuelve a por Dina contrasta con la música que antes le cantaba. Incapaces de tocar la guitarra, recordamos el pasado con melancolía y nostalgia. Nadie quería que Ellie se enfrentara a lo que más temía: la soledad. A pesar de ello, solo podemos ver cómo sus decisiones la destruyen mediante una experiencia desgarradora.

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El origen de la empatía

Cuando empezamos la segunda mitad del juego como Abby, nos preguntamos por qué debería importarnos este personaje al que solo veíamos como la asesina de Joel. A cada paso que dábamos, sentíamos un nudo en el estómago: controlábamos a quien aprendimos a odiar. Sin embargo, el objetivo de sus creadores nunca fue que nos cayera bien.

Abby no es un personaje perfecto. Cuando consigue su venganza contra Joel, no muestra ningún signo de satisfacción en su rostro. En su mirada se vislumbra un pasado que aún la atormenta y que solo podrá superar con compasión, no con violencia. Salvar a Lev es un paso crucial en su camino hacia la redención y nos recuerda a cómo Joel y Ellie se protegían mutuamente en un mundo fracturado.

Pero eso no es suficiente. Su humanidad —con rabia, dudas y compasión— se pone verdaderamente a prueba en la secuencia más inquietante que he vivido en un videojuego: el encuentro con Ellie en el teatro.

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Cuando bajaba las escaleras para llegar hasta Ellie mi único deseo era que Abby se diera la vuelta. No tendría que luchar contra ella, ¿verdad? Pues bien, en ese momento The Last of Us: Parte II me dejó loquísimo y por primera vez tuve que soltar el mando. Lo que no entendía era que esta era la única forma de lograr la empatía y de ver a Abby como lo que es: una persona humana como tú y como yo, por mucho que nos pese.

The Last of Us: Parte II no es satisfactorio, pero sí real. No podemos imponer nuestros deseos a sus personajes

Sé que esto es una barbaridad. Y lo entiendo, no es nada fácil estar a punto de asesinar a tu personaje favorito. A mí también me costó apretar el botón «cuadrado» y tuve el pensamiento intrusivo de dejarle a Ellie que me matara. Pero todo cobró sentido en el punto álgido del conflicto. Cuando Abby está a punto de matar a Dina comprendí por qué nos obligaron a emprender esta inquietante lucha: ver su redención cobrar forma, guiada por la voz familiar de Lev.

The Last of Us: Parte II no es satisfactorio, pero sí real. No podemos imponer nuestros deseos a sus personajes porque son estos quienes tomarán decisiones propias, incluso si eso los lleva al triunfo o al fracaso. Ya sea ver a Ellie priorizar la venganza antes que a Dina, o a Abby caer en el ciclo de violencia tras el asesinato de sus amigos.

Al mismo tiempo, nos habla de cómo funciona la vida misma. Esto también ocurre con The Last of Us: Parte I, que nos enseña cómo una persona puede convertirse en nuestra salvación. Y esta primera entrega solo nos muestra una cara de la moneda. Aceptamos los errores de sus personajes por el gran cariño que les tenemos. A continuación, su secuela nos obliga a fijarnos en sus imperfecciones, aunque no queramos, porque son gracias a estas que hay lugar para la empatía. Abby y Ellie no son meros personajes, sino reflejos de nuestra propia humanidad. Intentan ser algo más que la destrucción que las consume.

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